C) Estructura Política.

Poder Político.

Estamos en una sociedad donde el poder recaía en aquella persona que era elegida por Alá, es decir por voluntad divina, propio de las sociedades preindustriales.

El régimen almohade fue ante todo una dictadura militar. Sus dirigentes, que ejercían un poder absoluto, ostentaron el título de califas, pero no contaron en ningún momento con el apoyo popular

Organización Política.

En al-Andalus no había separación entre el poder político y el religioso. Los califas eran la máxima autoridad temporal y espiritual de la comunidad. Los organismos más importantes de la administración central fueron la Cancillería, el servicio de correos y la Hacienda, que se nutría de numerosos impuestos en un Estado esencialmente tributario. La administración de justicia corría a cargo de los cadíes (qadis), que actuaban de acuerdo con las normas del Derecho canónico, el Corán y la Sunna (los ejemplos sacados del comportamiento de Mahoma). El gobierno del territorio estaba a cargo de los valíes, jefes de las distintas coras (provincias) en las que se dividía al-Andalus. Al frente de la administración local se encontraban los prefectos de las ciudades.

Reinos de taifas

Reinos de taifas (del árabe ta'ifa, 'bandería'), reinos musulmanes creados en la península Ibérica a partir del siglo XI. Al desaparecer el califato de Córdoba (1031), al-Andalus se fragmentó en numerosos núcleos independientes, al frente de los cuales se situaron los llamados reyes taifas. En el sur de la Península surgieron principados controlados por los bereberes, mientras que en la zona oriental de al-Andalus, desde Almería a Tortosa, la supremacía correspondió a los eslavos. En las ciudades del interior, se impusieron familias nobles andalusíes, de origen árabe o muladí. Muy pronto, la expansión de los más poderosos provocó una reagrupación de taifas. En la segunda mitad del siglo XI sólo subsistían los reinos de Zaragoza, Badajoz, Toledo, Granada y Sevilla.

Las continuas guerras entre los reinos taifas favorecieron la intervención creciente de los reyes cristianos, a través de la política de parias: los taifas pagaban a los cristianos tributos para no ser atacados o a cambio de ayuda militar. La constante sangría económica a la que se vieron sometidos les obligó a incrementar la presión fiscal sobre sus súbditos, lo que motivó el descontento de la población

La crisis del Imperio Almohade

La situación interna del Imperio almohade no era estable. Como los almorávides, los almohades carecían de un fuerte gobierno central, y distribuyeron la administración de las provincias entre familiares y jefes militares que a menudo se independizaron e incluso se rebelaron contra el gobierno central, y esto ocurría en ese momento en el norte de Africa. La relajación moral y los excesos sobre la población civil, que nunca había apoyado a los almohades en al-Andalus, y las propias deficiencias de la organización militar almohade, sobre todo la falta de ductilidad de las grandes masas de combatientes para adaptarse a las exigencias de una lucha mucho más ágil, hizo que cuando el gobernante almohade se dirigía a mantener a raya e incluso a acabar con los avances cristianos en la Península, dado que no podía contar con la lealtad de su propio ejército, y menos aún con la de los andaluces, fuera derrotado absolutamente en Las Navas de Tolosa (1212) por las fuerzas aliadas de Castilla, Aragón y Navarra, engrosadas con elementos portugueses, leoneses y franceses, inferiores numéricamente pero muy superiores tácticamente.

La jornada de Las Navas representó una etapa decisiva para la Reconquista cristiana de los territorios musulmanes. Los almohades mantuvieron durante dos decenios más un poder cada vez más precario sobre las partes de la Península que dependían del Islam. Una crisis de sucesión en Castilla y dificultades internas en Aragón aplazaron hasta 1225 la continuación de la Reconquista. Por otra parte, empezaba a decaer el poderío almohade, socavado por las luchas dinásticas que imperaban en Marrakús y que dislocaban la organización gubernamental. Mientras al-Andalus se dividía una vez más en pequeños Estados independientes, principalmente en el este y el sur de la Península, dos soberanos de gran valor, Fernando III el Santo de Castilla y Jaime I el Conquistador de Aragón, organizaban la Reconquista. Si a las incursiones de leoneses y castellanos en 1225, que diezmaron las poblaciones musulmanas de Sevilla y Murcia, unimos el inicio de la conquista de Levante por los catalano-aragoneses, con la imposición de tributos anejos en un momento de deterioro económico sin par –persistente sequía, carestía y hambrunas- nos daremos cuenta del caos de al-Andalus en las fechas citadas.

Este cúmulo de factores adversos incitaron aún más a la población hispanomusulmana contra los almohades, estallando una serie de sublevaciones en las regiones fronterizas de al-Andalus, cuyos habitantes eran el blanco de las incursiones cristianas. Un descendiente de los hudíes de Zaragoza extendió momentáneamente su dominio, al parecer con notable éxito, por el este y el sur de al-Andalus. Pero tras la unificación de León y Castilla, en la persona de Fernando III, en 1230, los cristianos tomaron una vez más la iniciativa, conquistando Córdoba en 1236 y Sevilla en 1248. Veinte años más tarde, coincidiendo con el final del Imperio almohade en el norte de Africa, la dominación musulmana había desaparecido de la Península Ibérica, con la única pero importante excepción del reino nasrí de Granada.

En conclusión estamos ante una estructura política de estado, esto economía productiva porque el excedente que se producía de la agricultura se vendía para conseguir dinares, esto hace que exista un estado que es el que distribuye esa riqueza, de fundamento religioso.

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